martes, 18 de octubre de 2011

Más mitología en el Roca

Timmy estaba sentado en un asiento cuadruple del tren, y es cierto que la pensaba, y es cierto que ocurrieron, llamémosle milagros, y es cierto, probablemente cierto, que los milagros hayan ocurrido de tanto pensarla, el caso del vendedor de revistas para colorear a Ben 10 que debió deshacerse de todas ellas tras notar que mientras daba su discurso y Timmy lo miraba, o ella lo miraba, ella que ocupaba la materia gris de Timmy, o acaso había coloreado la materia gris de Timmy también, tal como hizo con todas las revistas de Ben 10 que el vendedor incrédulo debió tirar, y así se sucedieron los milagros, sopas de letras y autodefinidos convertidos en poemas de Girondo, medias de tres pares por diez pesos que cobran vida como personajes de la Alicia de Svankmajer, para culminar con las Guías T transformadas en instructivos de cómo localizarla, con todos los colectivos que podrían arrimarlo, dejarlo, aunque sea a un par de cuadras de su alma.

viernes, 14 de octubre de 2011

El perfecto roedor de Herbert

Timmy inyecta roedores, compulsivamente, no solo dentro del laboratorio, sino también afuera, en las alcantarillas aledañas, se podría decir que es un tipo que le da (espesa droga, gelatinosa, dolorosa) a cualquier cosa que ande dando vueltas por ahí. Su objetivo es claro, encontrar la formula para que los roedores reaccionen a estimulos musicales y realicen acciones coordinadas tras la escucha, es a esto a lo que se refieren los libros de ciencia cuando se refieren al “el perfecto roedor de Herbert”, lo mejor que tiene hasta el momento es una lauchita, que ha reaccionado favorablemente a la droga y se asoma al sillón cada vez que Timmy hace sonar el disco de Neil Young con los equinos locos, y se encarga de pasar los canales de la televisión muteada al ritmo de lo que está sonando, da gusto ver a la lauchita dar saltitos, bailar Neil Young oscilando el movimiento de las patitas entre el Channel + y el Channel – cual niño nipón videojueguizado. De todas maneras Timmy no está ahora ni en el laboratorio, ni en la calle, está en la cocina, mirando fijamente a la esponja que está arriba del plato manchado con tuco, pero no es la esponja lo que mira Timmy, sino una diminuta burbuja que acaba de nacer sobre ella, y Timmy ve esa burbuja, que está ahí adherida al imantado bosque de la parte verde de la esponja, pero bien podría haber nacido en otra parte, del lado del arenoso desierto amarillo, y Timmy piensa en esa burbuja, y en otras, en las valientes que esforzadamente se zafan de la esponja y flotan indefinidamente por la cocina y morirán indefectiblemente en el techo, en una especie de suicidio humano invertido, de todas maneras, a las que más admira Timmy es a aquellas que no se escapan en cualquier momento, aquellas que esperan el momento adecuado, la ventana entreabierta, para escapar hacia un suicidio más prolongado, al aire libre, o quién te dice morir colisionadas con otra burbuja que un niño acaba de envíar soplando el nuevo juguete que su madre le acaba de comprar a un vendedor ambulante de la peatonal, mientras tanto el agua entra lentamente por debajo de la puerta de la cocina, en minutos el laboratorio estará inundado.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Cuando lo poético golpea la puerta de tu laboratorio

Timmy baja las persianas del laboratorio, en los últimos días estuvo durmiendo ahí, en una vieja colchoneta de su infancia que utilizaba antaño cada vez que se quería quedar a dormir un amigo, de alguna manera, extraña esas charlas en esas habitaciones llenas de posters, donde siempre había una palabra más para decir antes de dormir, hoy, solo lo acompaña el sonido de algún reactivo que está mutando, o el quejido de alguno de los animales que tiene enjaulados. Timmy se dispone para la siesta, entonces golpean la puerta, dos veces, Timmy se dispone a atender, si es un testigo de Jehová va a terminar adentro de alguna de mis jaulas, pero no, es un amigo de la infancia, que viene a charlar con él, a recordar otros amigos de la infancia, amigos de amigos de un conocido de un amigo de la infancia, el amigo de Timmy va a encender un cigarrillo, Timmy lo detiene, más por su amigo que por él mismo, a Timmy no le molestaría que todo explote, que uno de los philip de veinte haga estallar alguna de las tantas mezclas, sí querés puchito vamos al balcón, y ahí estaban, seguían hablando de amigos de la infancia, amigo de un amigo de un conocido de un alienígena, hasta que la verdad se revela cuando amigo de Timmy ve una anacrónica reposera amarilla que uno de esos vecinos que desarma la pelopincho en junio dejó tirada, la reposera parece confortable, es blanca y tiene rayas amarillas verticales, el amigo de Timmy la señala, ves Timmy, en aquella reposera amarilla, ahí podría estar yo, doce horas por día, fumando y pensando en ella.