viernes, 13 de diciembre de 2013

Teltron o el yin y el yang de la psicodelia

El cd rayado proyectado en tu rostro, el cd es trucho, grabado, comprado de una manta en la calle Rivadavia y tiene mis canciones preferidas, el cd proyectado en tu rostro que se vuelve tornasolado, un narcoiris fabricado en ¿tierra del fuego? ¿ en china?, un teltron de 74 minutos de duración. Un cd rayado, imposible de salvar ante los vanos esfuerzos de la remera de algodón que lo frota como si fuera una lámpara mágica. Un cd rayado con destino de rayos de bicicleta playera, a rayarse una y mil veces más, dañando la música que siempre hacía ver tan corto nuestro coito, de manera definitiva, y en conexión directa con todas las pelotitas de tenis adheridas a las antenas de los autos, colocadas ahí, ¿en homenaje secreto al gran Guillermo Vilas?, ¿como forma de comunicarse con posibles alienígenas?, el cd rayado, y la falsa ilusión de que con un fibron negro indeleble podemos definirlo, podemos escribir lo que queramos, un potencial frisbi luminoso, que arrojaré y volverá, filoso,  a cortar mi cabeza en dos para que la pesen en una balanza por separado y le otorguen un premio al que acierte el kilaje exacto, con la zozobra del boxeador que se estuvo cuidando con la comida porque va a pelear una categoría por debajo  de su peso habitual, el cd rayado, yin y yang de la psicodelia, el cd rayado.

martes, 25 de diciembre de 2012

Nochebuena

El hombre es el único mosquito que se incendia dos veces con la misma lamparita de 40 watts. El mosquito deambula suicida en busca de un aerosol que termine con su calvario, de alimentarse siempre con la misma sangre, la del tipo que está en estado de coma y no tiene la fuerza suficiente para matarlo, lo va llenando de ronchas, y tampoco tiene la fuerza suficiente para rascarse. El hombre es la única cucaracha que no sobrevive a la bomba atómica. Timmy es una cucaracha gigante que se escabulle por la mesa navideña, le gusta sembrar el caos, verlos enloquecer, subirse a la silla y dar vueltas en círculo, le gusta poer en peligro el vitel toné, escapando de los ojotazos de sus detractores, porque los detractores siempre atacan con ojotas, quieren aplastarlo, ver el líquido blanco que le sale a la cucaracha cuando se la aplasta, verlo agonizar por cinco segundos, mover las patitas en su último impulso vital, pero fallan, y Timmy se mete en la casa, se mete en el pan dulce y escarba la fruta abrillantada, precioso tesoro, pero Timmy es silencioso, lo olvidan, y dentro de un par de horas los humanos volverán a ese pan dulce sin saber que Timmy estuvo ahí.

jueves, 19 de abril de 2012

Mortal Kombat

El joven se acerca al puesto de venta y decide aprovechar la promoción, seis fichas por dos pesos, deambula por el lugar, observa el fallido intento de un adolescente por sacarle un peluche a su novia, mira la escena, gastan una ficha tras otra, son jugadores compulsivos precoces, están endeudados, han vendido sus walkmans, cassettes prestados por sus amigos, los ahorros de todo el año para el Sega, todo por comprar más, más y más fichas, de tanto en tanto sacan algún oso, pero eso no hace otra cosa que enviciarlos e ir por más, en pensar en más osos, la codicia humana sin límites, y esa monstruosa máquina, templo de la cursilería, metáfora inmejorable de la claustrofobia, el joven saca dos fichas de sus bolsillos y las hace crujir entre sí, le gusta como suenan, a metros un niño de cuatro años piensa que juega pero no juega, aprieta botones y se ríe de lo que pasa en la pantalla, una pandilla se apropia de los juegos de carrera de autos, fantasean con ser grandes corredores, una vieja se acerca y dice que son los futuros atropelladores de embarazadas, los mira y los imagina en las placas de los noticieros, enjuiciados, pegado a las carreritas, un hombre solo, de unos sesenta años, jugando al Mortal Kombat, le brillan los ojos con cada truquito que le sale de casualidad, al joven le da ganas de insertar la ficha en la ranura y desafiarlo, duda, busca en sus pantalones de jeans algún tipo de relieve, alguna señal que le indique la presencia de algún arma de fuego, aparentemente no tiene nada, ese cuadrado se parece más bien a un atado de cigarrillos de veinte de tipo box, el joven inserta la ficha y elige a su personaje preferido, es Sub Zero, el hombre que con su frialdad le recuerda a ella diciéndole que no sentía lo mismo que él, pero no importa, porque a él le gusta ser Sub Zero pero en la vida real es un Tchan Sung, un camaleón, un tipo que se convierte en los demás tipos y sale a pelear con eso, empieza la pelea Sub Zero congela a Goro y lo deja grogui con un gancho épico, Goro no se rinde y busca pegar algún golpe certero con sus múltiples brazos, por supuesto que Sub Zero es hábil y lo vuelve a congelar, el hombre que estaba fumando sosteniendo el cigarrillo solamente entre sus labios arroja el cigarrillo al suelo, a medio fumar, todo un síntoma de su estado anímico, el joven está a punto de lograr una victoria perfecta, sin que siquiera el monstruo lo haya tocado una sola vez, el joven piensa que la pelea ya está ganada a pesar de que aún le falta ganar un round entonces decide cederle el segundo round al hombre para que el hombre piense que su desempeño después de todo no ha sido tan malo, el segundo round es reñido pero lo gana Goro, el monstruo, y ahora sí, es el momento de la verdad, Goro contra su ex novia, un monstruo contra otro monstruo, y en este round sí Sub Zero se luce, y vuelve a ganar el round sin ser tocado ni una sola vez, es el momento en el que Goro tambalea, son esos diez segundos para realizar la llamada fatality, para decidir si el contrincante morirá de la forma más sangrienta o simplemente caerá al suelo, muerto, la diferencia entre un asesino morboso y un francotirador que dispara desde una ventana con una mira laser de un arma silenciosa, y en esos diez segundos, el joven no pudo hacer otra cosa que reproducir el diálogo en el que ella, Sub Zero, le decía que no sentía lo mismo que él, lo dijo en voz alta, no siento lo mismo que vos, y vio a Goro caer, el hombre lo miro sin comprender mucho lo que estaba pasando.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Fecha de vencimiento

Timmy viajaba en la línea C del subte, viajaba, se balanceaba en los aros esos que son para la gente que viaja parada, tenía los pies en el aire, como los tenía en su infancia, cuando iba a jugar a la canchita del colorado y jugaba al primate debajo del arquito, de esos partidos en los que no participaba, simplemente esperaba a que terminen de jugar sus amigos, y ahí el entraba en acción acróbata. Viajaba en el subte, antes de subir había saltado el molinete, ahora una niña hacía malabares con cinco naranjas, y Timmy se tentaba de sacárselas, y cuando estaba a punto la observó a ella, la oriental, en el subte, mirando por la ventana del subte, en la oscuridad, como si fuera un paisaje de un gran artista plástico, como si por ahí pudiera entrar algo de aire, como si por ahí pudiera ver la flora de su pequeño pueblo en Asia, como si la falta absoluta de vida y las luces blancas intermitentes le transmitieran tranquilidad, como si contar roedores fuera algo divertido, como si lo que realmente estuviera haciendo no fuera mirar la oscuridad sino mirar a Timmy por el reflejo, como si pudiera atravesar el vidrio con la formación en movimiento a la altura de la estación Diagonal Norte, como si fuera la cajera del supermercado de la esquina de su casa, que le pasa el sachet de leche por el código de barras, como si a Timmy se le hubieran ido todas las ganas de hacer acrobacias y ahora quisiera robarle las naranjas a la niña solamente porque tiene sed, porque el maldito adiestrador se lo ha enseñado, las naranjas son mejores que las pelotas, hipnotizan, hacer que el espectador nuble su mente y solo piense en un exprimido, y ahí sí, los estúpidos viajantes entregan todo su dinero, bajo la falsa promesa de un océano de naranjas, y la niña usa las pocas monedas que le da el adiestrador, para ir al supermercado, y verla a ella, la que es cajera y es de éter, la que puede atravesar los vidrios y viajar en el tiempo, la que no suda en el calor infernal, Timmy piensa en la niña, en usarla para alguno de sus experimentos, para que haga las mezclas más peligrosas, no porque él tema morir en el intento, porque Timmy sabe exactamente la fecha en la que morirá, se la ha dicho la cajera del supermercado, se lo ha dictaminado como si Timmy fuera una lata de atún al aceite y en el dorso se pudiera ver la fecha de su muerte sellada en negro, pero se sabe que las fechas de vencimiento pueden fallar, cuantas veces comemos ese producto vencido, y no nos cae mal, no nos da cagadera, ni nada, de todas formas Timmy tiene fecha de vencimiento y estará en usted mezclarlo entre los ingredientes de su plato y atenerse a las consecuencias o dárselo de comer a un perro callejero.

lunes, 30 de enero de 2012

Llamaste por telefono pidiendo hielo

Bradbury nos ha enseñado cuál es la temperatura exacta a la que arde el papel, lo que no le enseñó a Timmy es la temperatura con la cuál podría hacer arder sus propios recuerdos, por eso, en este instante la ve a ella, puntualmente una parte de ella, su pelo, flamear como la capa del superhéroe preferido de su infancia, ese que tenía la facultad de incinerarlo todo con la mirada. Timmy lo recuerda y piensa, que si tuviera ese mismo poder, no lo usaría para otra cosa que no fuera encender cigarrillos de desconocidos en la nocturnidad, o prender el fuego de alguna parrillada en honor a sus amigos, qué tal, tiene fuego, depende para qué lo necesite. El fuego tiene la potencialidad de estar en cualquier bolsillo, en forma de encendedor, de fósforo, pero no existe un análogo congelador, un artefacto con el que uno raspa y consigue hielo, hay pocas cosas que le den más placer a Timmy que sacar un gran bloque de hielo del freezer y destrozarlo con un martillo. Timmy se queda dormido, abrazado a un papel de caramelo que ella comió aquella noche, logró deshacerse de cartas, fotos, entradas de cine, grabaciones de mensajes en contestadores automáticos, Timmy logra lo imposible, abrazar algo tan pequeño, y mientras abraza el papel de caramelo, sueña, sueña con una película que vio, con un personaje de una película, Nanook el esquimal, en algún polo, no sabía si el polo norte o el polo sur, no podía distinguirlos y ella se lo había preguntado, Timmy, si te soltaran los captores en alguno de los dos polos, serías capaz de distinguirlos, y Timmy no podía, solo veía iglús, que destrozaba violentamente para terminar depositando los trozos de hielo en un vaso de whisky, bebida que en la vida real le cuesta tragar.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Bienvenido González al Conurbano Bonaerense, artista exclusivo del Laboratorio de Herbert

Existen diferencias, entre el "no haberse muerto" y el "estar vivo". Si Luca no se murió, Luca vive en continuado, no se entiende muy bien que ha pasado, nos han colocado un cadáver falso, vamos a la morgue y no reconocemos su cuerpo, nos resistimos a la muerte, a esa muerte, y probablemente prefiramos que se muera otro, Herbert no se murió, que se muera González. Si Elvis está vivo, Elvis vive, pudo haber muerto, pero ahora vive, lo han visto en tal lugar, se aparece en la carretera de Memphis haciendo dedo, vive en Villa Carlos Paz, surge el rumor subterráneo, su presencia es fantasmagórica. Por otra parte, en esos encuentros imaginarios, los vivos y los que no están muertos toman rumbos separados, beben en distintos bares, suben a distintos yates, quizá ni siquiera suban a un yate, quizá simplemente estén ahí a la vista, mojándose los pies en la orilla. En eso anda Herbert, debatiéndose entre estar vivo y no morirse, por eso he decidido visitarlo.
Los saluda atentamente, excepcionalmente, amorosamente.
González, que acaba de ver Mistery Train y se la recomienda a Arthur.

lunes, 26 de diciembre de 2011

2x1

Un happy hour de suicidios, hasta las 2 de la mañana, la parca nos recibirá en su cantina, inyecciones letales, altisimos precipicios, trenes imaginarios creados por algún Demonio de Maxwell, ansioliticos de los más diversos colores, cicuta servida en chupitos, confortables sillas eléctricas, más que sillas, sillones empresariales eléctricos, con música lounge y tragos tropicales, arakiris, si, usted está leyendo la carta de la forma adecuada, no dice daikiri, dice arakiri, sogas, sogas para saltar y contar como un niño, sogas capaces de amarrar barcos al muelle, en la televisión Alfonsina en repetición, entrando una y otra vez al mar, dubitativa, al principio mojando los pies con timidez y luego sí, con la determinación necesaria. En esta particular cantina la figura del lavacopa ha sido sustituida por la del lavarifle. Los dardos son arrojados sobre la cabeza de algún suicida de los del palo de la lenta agonía. No cualquiera puede ingresar aquí, en la puerta un patovica será el encargado de expulsar a los optimistas, ni los del vaso medio vacío ni los del vaso medio lleno, solo los del vaso medio roto, y por ultimo un reloj detenido en el tiempo, que jamás pasará de la 1:58.