viernes, 17 de septiembre de 2010

Un tartamudeo, que sonoramente es casi un trotamundeo, correr el mundo al trotecito, sin cansarse demasiado, quien escucha a un tartamudo instantáneamente piensa, bueno, dale, es una palabra, no te puede costar tanto, no podes sufrir tan grandísima constipación verbal, pero no, la verdadera razón del tartamudeo, es la infinidad, de palabras, que se pelean entre sí antes de salir de la boca, pero cuando digo pelear, no quiero decir, bueno, de esas peleas, que en lo único que consisten es en negarse un llamado telefónico por ocho días, quiero decir, verdaderas peleas, con multitudes arengando para que una palabra le rompa el alma a la otra, con camisas arremangadas, con puñetazos certeros y con hilitos de sangre colgando de la nariz, o quiero decir, pandillas de palabras, que paran en la esquina, y van a partirle botellas de cerveza en la cabeza a otras pandillas de palabras que paran en otra esquina a robar canastas, a palabras, ya algo entradas en edad, jubiladas, palabras que viven de la mínima. Entonces llega la represión policíaca, gases lacrimógenos, balazos de goma, y las palabras empiezan a correr, algunas, con un pasamontañas, resisten, una bomba molotov aislada, un piedrazo que raja el acrílico de algún escudo, pero la represión avanza, y solamente quedan palabras pacíficas que miran la vidriera sin ninguna pulsión destructiva.

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